sábado, octubre 06, 2012

Felicidad, marcialidad y aikido

Hará un mes o así una compañera escribió que ella era feliz. Dadas sus palabras y la forma y el sentido de sus palabras empecé a cuestionarme por mi propia felicidad (inexistente) y por la felicidad misma. No he encontrado aún una definición o un concepto satisfactorio de lo que es la felicidad, pero me da la sensación que es algo así como una sensación basada en estado: se sabe si se es o no feliz aunque no se sepa que es la felicidad. (Este estado es interesante, porque puede aislarlos un poco del pensamiento maniqueísta: no ser feliz no necesariamente implica ser infeliz, o un estado de “no felicidad” como opuesto al de felicidad. Digamos que es un continuo, y podemos pensarlo desde ahí: Infelicidad – No felicidad – Felicidad).

Ahora, en el Haru, expuse mis dudas sobre lo que es la marcialidad. Dado que no supe explicarme, no supieron explicarme, y cuando osé decir que Silvia (LA senpai) no era marcial, ¡zas!, esto rápidamente devino en hacer chistes en que yo había dicho que yo sí era marcial. Yo preguntaba porque, como con la felicidad, parecía un concepto basado en estado: no sé qué es lo marcial, pero pensaba que Silvia no lo era. Pero hablando con ella y otros compañeros no pude definir la felicidad; y Silvia habló de buscar una práctica armoniosa (¿con qué, con quién?) y esto, que no entraba en mi entendimiento original de lo que es lo marcial suscita la duda. Silvia podría ser tan marcial como la que más, o practicar un tipo distinto de marcialidad.

Todo lo cual me lleva a la idea que quería plantear: no puedo definir la felicidad, pero puedo saber si soy o no feliz (hipotéticamente, porque desde aquello que escribió Belén no tengo ni idea); no puedo definir la marcialidad, y tampoco podría señalar con el dedo quién es o quién no es marcial. Entonces, si no lo puedo definir, si no le puedo dar forma, ¿no es? No sabemos que son estos conceptos y creemos que lo sabemos, obramos como si los conociéramos o lo que es más, como si pudiéramos conocerlos, lo que implica que pudieran ser. Si les doy nombre, los creo, los defino y los mato; ahí están, muertos están. Cuadros dentro de cuadros.

Entonces, llega el mushin y la idea de la técnica divina: entrar por la técnica para salir de la técnica. No ponerle nombre, no usar estructuras de práctica como si eso fuera el aikido y solo hacer aikido, sin ponerle nombres, sin definirlo. Porque si bien pensaba escribir que como no puedo clasificarlo (d-i-s-e-c-c-i-o-n-a-r-l-o) entonces el aikido no debía de existir se me hizo claro que existe precisamente porque no podemos definirlo. Lo cual me lleva a la más importante de las preguntas: ¿es la vida como el aikido o el aikido como la vida? Qué loco, pero creo que son iguales. Al final tenían razón la plétora de escritores que acordaron siempre lo mismo: la escritura es una criatura viva, que crece, se desarrolla y muta de acuerdo a sus propias reglas y estructuras. Escribir esto… se escribió solo. Qué locura.

No sé que es la felicidad, no sé que es la marcialidad, pero puedo decir que practicar aikido me hace feliz, lo cual ya es mucho decir.

Kanpai.

Paricio Pereyra (31) 3er Kyu